Una trepidante novela corta de ciencia ficción que combina acción, humor y una aguda reflexión sobre identidad y libre albedrío. Narrada por Matabot, un androide sarcástico y reacio al contacto humano, ofrece una aventura adictiva y sorprendentemente emotiva.
Reseña de SISTEMAS CRÍTICOS de Martha Wells y publicada por la Editorial Hidra
Hablo por muchos cuando pensamos que la serie de Matabot, que empezó a publicar el sello Alethé Ediciones, quedaría huérfana tras la extinción del mismo por parte de su grupo madre La Esfera De Los Libros, y que llegó a lanzar las dos primeras entregas de la serie Matabot.
Afortunadamente, y también creo que, gracias a la adaptación para serie de TV que vamos a poder disfrutar en poco tiempo, la Editorial Hidra ha confirmado el lanzamiento de toda la serie, cuyo primer título es el que reseñamos en esta entrada.
SISTEMAS CRÍTICOS ha logrado en poco tiempo alcanzar en el mercado editorial norteamericano un estatus de honor, teniendo en cuenta la cantidad de títulos de ciencia ficción que pueden leerse anualmente en inglés. No es difícil entender el motivo: esta breve pero intensa novela corta, primera entrega de la serie LOS DIARIOS DE MATABOT, combina un ritmo narrativo ágil, un protagonista inolvidable y una reflexión sutil sobre la condición humana… contada desde la perspectiva de alguien que no lo es.
La narración está contada en primera persona por una unidad seguridad, SecUnit, mitad orgánica, mitad mecánica que, gracias a un hackeo interno, se ha liberado del módulo que lo mantenía bajo control corporativo. Lejos de convertirse en la máquina de matar que la programación original podría sugerir, esta inteligencia artificial decide aprovechar su nueva libertad para entregarse a su verdadera pasión: consumir, de manera compulsiva, horas y horas de entretenimiento audiovisual.
El apodo que se da a sí mismo es tan directo como irónico: Matabot. Y aunque su función oficial es proteger a un grupo de científicos que estudian un planeta remoto, su mayor deseo es que nadie le hable ni le exija más de lo estrictamente necesario. Para Matabot, las relaciones humanas son incómodas, imprevisibles y emocionalmente desgastantes; en cambio, las tramas ficticias de sus dramas espaciales favoritos son predecibles, reconfortantes y seguras.
En principio, la expedición a la que está asignado parece rutinaria: un equipo de investigadores analiza la flora, fauna y geología del planeta, siguiendo el protocolo de seguridad que exige la megacorporación que financia la misión. Todo cambia cuando comienzan a suceder incidentes extraños: fallos en el equipo, problemas de comunicación y, finalmente, la desaparición del otro grupo de exploradores que operaba en la misma zona.
A partir de ese momento, Matabot no puede seguir fingiendo desinterés absoluto. La amenaza es real, el peligro inminente y, aunque se esfuerce en negarlo, siente un compromiso con la seguridad de “sus” humanos. La narración se convierte entonces en un thriller de supervivencia donde la tensión no deja de aumentar.
Uno de los mayores aciertos de Wells es la caracterización. El elenco humano que acompaña a Matabot no está excesivamente desarrollado dado que la propia narración filtra la percepción de los demás a través de un protagonista que evita el contacto emocional pero algunos miembros del equipo logran destacar.
La doctora Mensah, líder de la expedición, emerge como una figura carismática y competente, capaz de mantener la calma en situaciones límite y de cuestionar el trato que la corporación dispensa a las unidades de seguridad. Otro personaje notable es Gurathin, un humano aumentado cibernéticamente cuya relación con Matabot oscila entre la desconfianza y un reconocimiento a regañadientes de su individualidad.
Esta dinámica, donde la percepción que los humanos tienen de Matabot y viceversa evoluciona a lo largo de la historia, aporta capas de complejidad y momentos de inesperada calidez en un relato que podría haberse limitado a la acción pura.
El gran atractivo de la novela reside, sin embargo, en su voz narrativa. El protagonista combina sarcasmo, resignación, introspección y una honestidad brutal para describir tanto los eventos como sus propias reacciones. Esta mezcla crea un humor seco que contrasta con la seriedad de las amenazas que enfrenta la expedición.
La narración rehúye las explicaciones excesivas: no se nos presenta un glosario de términos tecnológicos ni una descripción exhaustiva del universo en el que transcurre la historia. En cambio, la autora confía en la inteligencia del lector para deducir el funcionamiento de este mundo a partir de diálogos, interacciones y pequeños detalles insertados de forma orgánica.
Este estilo inmersivo recuerda a cierta ciencia ficción clásica, aquella que no teme “lanzar” al lector en medio de la acción sin detenerse a explicar cada elemento. El resultado es una lectura dinámica que mantiene la tensión desde las primeras páginas.
Más allá de la trama de acción, la narración explora cuestiones de identidad, libre albedrío y humanidad. Matabot es un ser que técnicamente pertenece a una empresa, programado para proteger pero también para obedecer. Al hackear su módulo de control, adquiere autonomía… pero no necesariamente un propósito. Esa libertad recién conquistada no lo impulsa a buscar justicia o a rebelarse contra el sistema: simplemente le permite elegir no hacer nada salvo consumir entretenimiento.
Esta aparente apatía esconde, no obstante, un conflicto más profundo. A lo largo de la historia, se ve obligado a interactuar con personas que lo tratan como algo más que un activo corporativo. Esa experiencia lo incomoda, pero también lo transforma. Sin caer en sentimentalismos, el relato sugiere que la identidad se construye tanto por lo que uno decide evitar como por lo que termina aceptando.
La obra también funciona como una sutil sátira del capitalismo corporativo. La misión científica está condicionada por los recortes de presupuesto, las licitaciones al menor coste y la presencia obligatoria de una unidad de seguridad que, más que proteger, sirve para vigilar y reportar cualquier hallazgo valioso a la compañía. Este trasfondo empresarial no interrumpe la acción, pero añade una capa de crítica social que enriquece el conjunto.
Si bienes cierto que el cierre de la novela parece más abrupto de lo esperado y deja ciertas preguntas abiertas. debemos tener en cuenta que nos encontramos ante una novela corta perteneciente a una extensa serie cuyos interrogantes podrían ser desvelados posteriormente.
Tras su publicación, SISTEMAS CRÍTICOS ha cosechado numerosos premios, incluyendo el Hugo (2018), el Nebula (2017) y el Locus (2018) a mejor novela corta. El éxito no se limita al ámbito crítico: ha cultivado una base de lectores fieles que encuentran en Matabot un personaje con el que identificarse, especialmente entre quienes valoran su independencia y su rechazo a las interacciones sociales innecesarias.
La obra ha dado pie a varias secuelas que expanden tanto el universo como el arco emocional del protagonista, todas independientes pero que en su conjunto completarán el desarrollo del protagonista.
SISTEMAS CRÍTICOS es, en apariencia, una historia sencilla: un grupo de científicos en un planeta peligroso, una amenaza inesperada y un androide que debe protegerlos. Pero bajo esa superficie late una exploración ingeniosa de lo que significa ser libre, de cómo se construyen las relaciones en un contexto de desconfianza y de cómo incluso una máquina programada para la violencia puede desarrollar un código propio. Es una lectura recomendada tanto para aficionados a la ciencia ficción como para quienes buscan un relato breve, adictivo y con un protagonista que, pese a todo, resulta profundamente entrañable.
Si te preguntas si vale la pena empezar esta saga, la respuesta es sencilla y rotunda: sí. Y lo más probable es que, una vez terminado este primer tomo, no quieras detenerte hasta conocer el resto de las aventuras de esta improbable y carismática unidad de seguridad.
NOTA FINAL: 5/5
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