| Supervivencia íntima, amor inesperado y silencios que pesan más que las tormentas que devastaron la Tierra… |


Reseña de LA LIBRERÍA DEL FIN DEL MUNDO de Lily Braun-Arnold y publicada por Duomo Ediciones (2025) | Ep. 3×024
Con LA LIBRERÍA DEL FIN DEL MUNDO, una novela juvenil que entrelaza un entorno posapocalíptico con una exploración emocional de dos chicas que descubren la manera de apoyarse una a otra cuando el mundo exterior se desmorona, Lily Braun-Arnold ofrece su debut narrativo y con él un enfoque personal sobre la catástrofe climática. En lugar de enfocarse en complejos sistemas políticos propios de otras distopías o en grandes batallas por la supervivencia, la autora elige un enfoque más limitado, casi doméstico a través de una librería desierta donde una adolescente improvisa un refugio que se transforma en santuario, cárcel y recuerdo de un pasado que ya no está.
Liz Flannery, la protagonista, es una joven que ha sido marcada por una tragedia personal y se encuentra aislada entre las ruinas de una librería en Nueva Jersey. Después de que un fenómeno climático extremo causara una devastación, su vida se ha simplificado a una rutina tan restringida como frágil: sostener el local en pie, cambiar volúmenes por comida con los escasos visitantes que todavía tienen el valor de andar por la zona y, lo más importante, aferrarse al único lugar que le hace recordar quién era antes de perderlo todo. Para ella, la librería es como un ancla emocional en medio del desorden. No es solo un refugio físico, sino un símbolo de la vida anterior y un modo de mantener cierta cordura en un mundo en el que ya casi no queda nada por reconstruir.
La aparición de Maeve, una chica con un temperamento más impulsivo y capacidades prácticas que se oponen a la pasividad de Liz, interrumpe esta reclusión autoimpuesta. Su aparición no solamente transforma la dinámica del espacio, sino también la forma en que Liz se vincula con su propia historia. La novela se desarrolla precisamente en esa oposición. Liz, por un lado, se aferra al pasado y a una rutina que la mantiene alejada de afrontar la realidad. Maeve, por otro lado, persiste en la importancia de actuar, reparar y sobrevivir con más firmeza. El conflicto entre las dos genera un progreso gradual pero relevante, sobre todo en Liz, cuya manera de aprender consiste más en dejarse sentir, confiar y mirar hacia adelante que en adquirir habilidades físicas.
A pesar de que el escenario de la novela está devastado por tormentas con la capacidad de arrasar prácticamente cualquier edificación, Braun-Arnold no se extiende mucho al explicar cómo ocurrió este cataclismo. La falta de una base política o científica firme puede ser frustrante para ciertos lectores, especialmente en un género donde el contexto es generalmente fundamental para la inmersión. No obstante, aquí se pone más énfasis en el efecto emocional que en la mecánica de la catástrofe. El mundo exterior se presenta como una amenaza permanente, pero a la vez como un elemento casi abstracto, una advertencia de que lo relevante no es entender cómo comenzó todo, sino cómo continuar viviendo cuando ya no hay nada estable a lo que sujetarse.
Una de las principales virtudes de la novela es cómo emplea los libros como una metáfora que ilustra la resistencia cultural. Estos objetos se transforman en moneda de cambio y, al mismo tiempo, en vestigios de humanidad en una sociedad desmoronada. La escritora utiliza este concepto para enfatizar el poder que tienen las historias de apoyo mutuo entre seres humanos aun en los peores momentos. Liz guarda cuadernos en los que recopila fragmentos de vida de las personas que pasan por la librería y que el lector puede ver que son breves testimonios de un mundo roto que ayudan a recordar que la identidad colectiva, aunque se fracture, nunca desaparece totalmente.
La novela muestra tanto luces como sombras en lo que respecta a la creación de los personajes. Maeve y Liz poseen perfiles muy distintos, y sus interacciones constituyen algunos de los pasajes más emotivos del libro. Su relación, que se va transformando en una conexión amorosa y cariñosa, está bien construida en algunos tramos. Sin embargo, a veces parece apresurada o excesivamente determinada por la situación de aislamiento extremo. La complicidad entre las dos funciona, pero quizás es posible notar que la fuerza de sus emociones se basa más en la cercanía forzada que en el desarrollo interno de cada una.
La obra es más irregular cuando explora su propio escenario. Aunque el libro sugiere comunidades externas y otros riesgos, rara vez se sumerge en ellos de manera profunda. Una parte de la tensión proviene del miedo hacia otros supervivientes, a pesar de que algunos conflictos parecen estar resueltos con escasa lógica interna o con resoluciones que pueden ser cuestionadas desde una perspectiva puramente narrativa. La verosimilitud física o médica se ve comprometida en ocasiones, sobre todo cuando unos personajes determinados sufren lesiones graves cuya evolución desafía la plausibilidad del contexto descrito.
En términos estilísticos, Braun-Arnold presenta una prosa fluida y asequible que se adapta bien al público joven. Para entender mejor el origen de su estancamiento emocional, se alternan episodios actuales con recuerdos de la vida de Liz antes del desastre. La existencia de humor, incluso en circunstancias trágicas, contribuye a la humanidad sin quitarle profundidad.
En términos generales, LA LIBRERÍA DEL FIN DEL MUNDO es una novela que sobresale por su enfoque emocional sobre el apocalipsis y por la representación de dos chicas que intentan redefinir su lugar en un mundo arrasado. Ofrece una lectura cálida, reflexiva y en ciertos momentos emotiva acerca de la culpa, la resiliencia y el potencial de amar aun cuando todo parece estar perdido, y que revela el potencial de su creadora.
Muchas gracias al sello Duomo Ediciones por facilitarme un ejemplar de prensa para que os comente mis impresiones, absolutamente sinceras, sobre la novela.
NOTA FINAL: 4/5

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