Reseña de HERMANAS DE LA CEPA CARMESÍ de P. L. McMillan y publicada por Dilatando Mentes | «Vino, sangre y silencio donde la fe fermenta el terror»

Tiempo de lectura: 6 minutos

Bajo el velo de la vid: terror en el Convento de Crimoria

Reseña de HERMANAS DE LA CEPA CARMESÍ de P. L. McMillan y publicada por Dilatando Mentes

HERMANAS DE LA CEPA CARMESÍ de la autora canadiense P.L. McMillan, es una novela corta que no necesita de fuegos artificiales visuales ni exuberancia narrativa para encender un escalofrío persistente en el lector. Su poder radica en lo que susurra más que en lo que grita. Y ese susurro se instala como el primer sorbo de un vino complejo: lento, cálido, dulzón y lleno de promesas… no todas ellas benévolas.

El punto de partida de esta historia puede parecer familiar: un hombre sufre un accidente en una carretera solitaria y despierta en un lugar desconocido. Sin embargo, la autora se vale de este recurso clásico del terror para llevarnos a un escenario insólito y perturbador: un convento apartado, en ruinas, sin electricidad ni teléfonos, habitado por un grupo de monjas que desafían todas las convenciones religiosas. Y es allí donde, poco a poco, la narrativa va soltando su red, atrayendo al lector a una experiencia sensorial que es mucho más táctil que visual, más paladeada que observada.

Lo primero que sorprende de esta novela es su apuesta por los sentidos del gusto y del tacto como elementos narrativos clave. El vino —ese vino burdeos que resplandece y provoca escalofríos placenteros en el protagonista— se convierte en un vehículo simbólico y sensorial que acompaña el relato desde su estructura hasta sus metáforas más inquietantes. No es casual que la novela esté dividida en capítulos que llevan los nombres de las etapas de la vinificación: Cosecha, Prensado, Fermentación, Clarificación, Maduración y Embotellado. Cada sección marca un cambio sutil pero decisivo en el tono, en la percepción del protagonista, y en la atmósfera del convento que lo retiene.

John Ainsworth, el protagonista, es un hombre herido, física y emocionalmente vulnerable. Su imposibilidad de caminar, la dependencia de las monjas que lo cuidan y la gradual pérdida de control sobre su entorno lo colocan en una posición de extrema fragilidad. Esta sensación de impotencia es uno de los motores principales del horror que emana de la obra. McMillan construye con maestría una tensión psicológica envolvente, un sentimiento de amenaza que crece como una enredadera silenciosa, sin necesidad de recurrir a sustos fáciles ni a gore innecesario —aunque no se priva de momentos de crudeza, especialmente al inicio y en el clímax, donde el horror físico se impone con fuerza.

La ambientación del convento de Crimoria se alza como un personaje más. Su decadencia, sus silencios, la falta de símbolos religiosos convencionales, las costumbres poco ortodoxas de sus residentes, todo contribuye a una atmósfera densa y ambigua, cargada de secretos que se insinúan sin revelar del todo. En este sentido, la autora demuestra una notable economía descriptiva: no necesita párrafos extensos para dibujar el entorno; lo va delineando con precisión quirúrgica, capa a capa, como quien decanta un vino añejo. El lector no solo ve el lugar, lo habita, lo huele, lo toca, lo bebe.

La novela también se adentra en un terreno más complejo: el de las tensiones entre religión institucional y fe personal. A través de las interacciones entre las hermanas, los sacerdotes enviados por la iglesia y el propio Ainsworth, McMillan pone sobre la mesa cuestiones profundas sobre el papel de la mujer dentro de las estructuras eclesiásticas, la hipocresía de ciertos dogmas y la posibilidad de que la devoción tome formas que se escapen a la comprensión o el control de la ortodoxia. En lugar de moralizar o señalar, la autora opta por sugerir, por dejar preguntas abiertas que el lector debe resolver en su interior.

Un aspecto especialmente destacable es la construcción de los personajes. A pesar de la brevedad del texto —menos de 200 páginas—, cada una de las trece hermanas del convento tiene rasgos distintivos que las separan entre sí, sin que ninguna se convierta en simple relleno. Incluso cuando los rostros se desdibujan, la personalidad de cada una se mantiene latente, como notas individuales dentro de un coro inquietante. McMillan logra ese delicado equilibrio entre lo colectivo y lo individual, entre la figura del culto y la humanidad de sus integrantes.

A nivel estructural, la novela se mantiene fiel a una progresión que se podría calificar de slow-burn. La tensión se cocina a fuego lento, sin prisas, confiando en que la atmósfera bastará para mantener atrapado al lector. Y lo consigue. Hay una cadencia casi hipnótica en la manera en que la historia se despliega, como un ritual que no se puede apresurar. Cada detalle parece tener un propósito, cada silencio es significativo, y cuando finalmente llega el desenlace, este se siente como la última copa de una cata: inevitable, oscuro, inolvidable.

El horror en HERMANAS DE LA CEPA CARMESÍ no proviene tanto de lo sobrenatural —aunque lo hay, y muy eficaz—, sino de la inquietante certeza de que el mal puede habitar incluso en los lugares que deberían ofrecernos refugio. El convento, con su aparente serenidad bucólica, esconde algo más profundo, una verdad ancestral que se revela lentamente y que deja una marca indeleble en el lector. La influencia del horror cósmico se hace sentir, así como ciertos ecos del folclore y del culto pagano, pero nunca de forma explícita o derivativa. Hay en esta novela una mitología propia, genuina, construida con solidez y mimo, que recuerda a los terrores rurales de The Wicker Man o los susurros inmemoriales de Lovecraft, sin nunca imitar a ninguno.

En definitiva, HERMANAS DE LA CEPA CARMESÍ es una pieza breve, intensa y profundamente atmosférica de terror literario. No recurre a los lugares comunes del género, sino que cultiva su propio terreno —uno fértil en ideas, ambigüedades y terrores sutiles. Es una obra para lectores que disfrutan más del susurro que del grito, del vino oscuro que embriaga lentamente más que del licor que quema de inmediato. Una lectura que no solo entretiene, sino que deja poso. Como un vino añejo que se recuerda mucho después de haber sido bebido.

P. L. McMillan, con esta obra, no solo demuestra ser una hábil narradora de horror, sino una escritora con sensibilidad, estilo y una capacidad notable para manipular las emociones del lector. Hay algo profundamente inquietante y deliciosamente seductor en esta historia. Algo que se instala en la nuca, como ese escalofrío que provoca un buen sorbo de vino de Burdeos. Algo que, sin duda, querrás volver a probar.

Hasta aquí llega mi reseña de HERMANAS DE LA CEPA CARMESÍ, así que espero te animes a leerla porque por mi parte puedo recomendarla encarecidamente para amantes del folclore oscuro, entusiastas de las sectas y el terror cósmico, y todo aquel que esté dispuesto a dejarse atrapar por una historia en la que el sabor, la fe y el miedo fermentan a la perfección. ¡Sed felices y como os recomiendo siempre, leed mucho! Nos vemos en la próxima reseña. ¡Hasta pronto!

 

NOTA FINAL: 5/5

 

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Ficha Técnica

 

Título: HERMANAS DE LA CEPA CARMESÍ

Título Original: SISTERS OF THE CRIMSON VINE

Autor: P. L. McMillan

Editorial: Dilatando Mentes

Traducción: José Ángel De Dios

Ilustración De Cubierta: Raúl Ruiz

Género: Terror

Encuadernación: Rústica Con Solapas

ISBN: 9788412906004

Páginas: 172

Fecha De Publicación En Español: 21/10/2024

Fecha De Publicación Original: 06/11/2022

Precio En Papel: 18,95€ – Precio En Digital: 

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Sinopsis

John Ainsworth estuvo a punto de morir a consecuencia de un accidente de tráfico.

Pronto aprenderá que hay destinos peores.

Tras el brutal accidente, John despierta en el deteriorado convento de Crimoria, cenobio que está bajo el cuidado de trece monjas poco convencionales que se encuentran inmersas en los preparativos de su fiesta anual.

John no tardará en descubrir algunas cosas que le llevarán a preguntarse si está a salvo en manos de las Hermanas de la Cepa Carmesí.

Una obra cargada de terror y tensión aderezada con ecos de de Shirley Jackson, de elementos lovecraftianos  y de los ambientes claustrofóbicos de las películas de Ari Ester.

 

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