Reseña de LA MALDICIÓN DE EL REY DE AMARILLO, una antología multiautor publicada por Anomalía Editorial (2024) | «Esta obra revela los reflejos más perturbadores del Rey de Amarillo que nos acecha tras cada máscara.»

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Disfrutaremos de un mapa de ruinas, ciudades imposibles y símbolos dorados que solo pueden conducir a la demencia.

Reseña de LA MALDICIÓN DE EL REY DE AMARILLO, una antología multiautor publicada por Anomalía Editorial (2024)

El Rey de Amarillo ocupa un lugar único dentro de la tradición del horror. Su identidad permanece velada: nadie sabe si tras la máscara se esconde una deidad benévola, una fuerza de devastación o simplemente la proyección distorsionada de la mente enloquecida. Precisamente esa indefinición lo vuelve tan poderoso. Se hace presente a través de revelaciones que fluctúan entre lo majestuoso y lo grotesco, en emblemas prohibidos que arden con el resplandor enfermizo del amarillo mortecino y en escritos que arrastran al lector hacia la locura inevitable. Lo más inquietante no es quizá el Rey mismo, sino la obsesión de querer desentrañarlo, pues todo esfuerzo por apresar su esencia conduce irremediablemente al vacío.

La antología de la que dedicamos esta entrada es la primera publicación de Anomalía Editorial y asume este misterio como punto de partida. En lugar de limitarse a reeditar los cuentos de Robert W. Chambers que bautizaron al Rey de Amarillo, amplía la mirada y rastrea las huellas del mito en otros autores que lo precedieron y lo sucedieron. El resultado es un recorrido que discurre entre textos de Poe hacia Lovecraft, pasando por Baudelaire, Bierce, Gilman, Schwob o Lord Dunsany. Una cartografía en la que Carcosa aparece como una ciudad espectral, Hastur como nombre prohibido y el amarillo como signo de corrupción. Además, todas las historias han sido vueltas a traducir por Rafael R. Ortega, por lo que la experiencia de lectura es actual y evita divergencias en posibles conceptos comunes entre su contenido.

El corazón de la antología lo constituyen los seis relatos de EL REY DE AMARILLO (1895): EL REPARADOR DE REPUTACIONES, LA MÁSCARA, EN LA CORTE DEL DRAGÓN, EL SIGNO AMARILLO, LA DAMISELA DE YS y EL MENSAJERO. Todos ellos comparten un aire decadente, simbolista, donde la belleza se funde con lo aterrador.

EL REPARADOR DE REPUTACIONES inaugura el ciclo con una distopía ambientada en una Nueva York futura, donde la paranoia de su narrador revela una trama de conspiración y ambición política. La presencia del Rey es más insinuada que explícita, pero lo que queda claro es que la lectura de la obra maldita, esa pieza teatral que lleva por título EL REY DE AMARILLO, abre las puertas a un mundo en el que la cordura se disuelve.

LA MÁSCARA convierte el artificio estético en una trampa mortal: un experimento alquímico que solidifica la carne en mármol, un arte llevado a su máxima perfección que encierra al mismo tiempo el germen de la muerte.

EN LA CORTE DEL DRAGÓN, con su atmósfera onírica y pesadillesca, nos recuerda que la irrupción del Rey puede tomar la forma de una persecución obsesiva, como si la conciencia misma del protagonista fuese el escenario del horror.

LA DAMISELA DE YS y EL MENSAJERO expanden el ciclo hacia lo legendario y lo romántico, como si el influjo amarillo pudiese teñir también el folclore y el mito.

Pero entre todas estas piezas, el relato más célebre y perturbador es sin duda EL SIGNO AMARILLO. En esta obra Chambers consigue una de las más intensas experiencias de terror cósmico jamás escritas: un pintor y su modelo se ven acosados por la visión de un vigilante cadavérico que parece ser la encarnación del Rey mismo. El “signo amarillo”, un símbolo incomprensible que marca a los condenados, funciona como condensador del horror. Quien lo percibe queda sentenciado, pues ninguna voluntad humana puede resistirse al influjo de Hastur.

La grandeza de Chambers está en que nunca muestra de manera directa al Rey. Su presencia es tangencial, insinuada, como si siempre se escondiera tras bastidores. Sin embargo, ese mero atisbo basta para sumergir al lector en la sensación de que algo se filtra desde otra realidad.

Saliendo del núcleo duro que componen los relatos de Chambers, la antología acierta de manera sobresaliente al rastrear los orígenes del mito en los textos que precedieron sus historias. En base a ello tenemos dos relatos de Ambrose Bierce. En HAITA EL PASTOR (1893) aparece, por primera vez, el nombre de Hastur. Lo sorprendente es que no lo hace como una figura de horror, sino como un dios benigno, un protector de pastores. Esa ambigüedad que oscila entre benefactor y maldición será crucial para Chambers y, más tarde, para Lovecraft.

Más decisivo aún es UN HABITANTE DE CARCOSA (1896), donde Bierce describe a un hombre que, perdido en un paraje desolado, termina descubriendo que camina entre las ruinas de su propia ciudad muerta: Carcosa. El nombre y el ambiente fantasmal de esta narración quedaron grabados en la memoria literaria, listos para que Chambers los retomara y transformara en escenario de pesadillas. Carcosa ya no será solo una ciudad extinguida, sino un espacio mítico donde el tiempo y la cordura se desgarran.

Antes de Chambers, ya existía una sensibilidad que preparaba el terreno para su invención. La antología incluye varias piezas que dialogan con el mito amarillo desde sus propias obsesiones.

Edgar Allan Poe, con LA MÁSCARA DE LA MUERTE ROJA, ofrece la imagen de un baile en el que los enmascarados son sorprendidos por una figura espectral que representa la peste. El juego de máscaras, colores y fatalidad anticipa la estética decadente de Chambers: lo hermoso y lo festivo como máscara de lo inevitable.

Charles Baudelaire en LOS SIETE ANCIANOS muestra la obsesión de encontrarse con la misma figura repetida en una ciudad moderna. La multiplicación del anciano es un ejemplo de lo siniestro: lo familiar vuelto extraño. Esa misma sensación de desconcierto será clave en los relatos del Rey, donde lo cotidiano se resquebraja ante lo inexplicable.

Gustave Nadaud con CARCASSONE aporta la visión lírica de un destino inalcanzable. La imposibilidad de llegar a la ciudad soñada resuena como eco del acceso imposible a Carcosa. La nostalgia se convierte en desesperación: lo que no se alcanza se convierte en maldición.

Charlotte Perkins Gilman en EL PAPEL PINTADO AMARILLO sitúa el color como emblema de la locura doméstica. El empapelado que cobra vida y atrapa a la protagonista puede incluso interpretarse como metáfora feminista del encierro y la opresión, pero también conecta con la idea del amarillo como signo corruptor, como resplandor que arrastra a la enajenación.

Marcel Schwob en EL REY DE LA MÁSCARA DE ORO presenta un monarca que oculta bajo un esplendor dorado la podredumbre de su ser. La metáfora del poder y la corrupción resulta transparente: la máscara de oro no protege de la descomposición, solo la disfraza. Aquí nos encontramos con una de las imágenes más directas que inspiraron al Rey de Amarillo de Chambers.

Pero el recorrido no termina con Chambers. La antología incluye piezas que muestran cómo el mito fue asimilado y transformado en el contexto del horror cósmico.

En el relato EL QUE SUSURRA EN LA OSCURIDAD, Lovecraft menciona de manera explícita a Hastur, integrándolo dentro de su panteón de dioses primigenios. El relato, sin embargo, no se centra tanto en el Rey como en la invasión de seres alienígenas en Vermont. La referencia basta para consagrar a Hastur como figura dentro de los mitos de Cthulhu, aunque su naturaleza permanezca indefinida.

Lord Dunsany aporta dos piezas (BETHMOORA y EL HOMBRE DEL HACHÍS) donde lo onírico y lo legendario anticipan las atmósferas que tanto inspiraron a Lovecraft. Ciudades desiertas, memorias de tiempos antiguos y el poder de los sueños configuran un imaginario en el que la presencia del Rey podría insinuarse como trasfondo inevitable.

El mayor mérito de esta obra radica en su intento de extender el conocimiento de un mito y reunirlos en una misma obra que nos permita abarcarlo. Por eso la antología amplía su horizonte atendiendo a sus antecedentes, sus ramificaciones y sus ecos posteriores. El lector tiene así la oportunidad de descubrir cómo una idea literaria se expande más allá de las intenciones de su autor, cómo un nombre (Carcosa, Hastur, el Rey) se convierte en emblema colectivo del terror cósmico y como el amarillo se vuelve un prisma a través del cual leer la tradición. Podemos verlo desde el baile de máscaras de Poe hasta las ciudades soñadas de Dunsany, desde la repetición urbana de Baudelaire hasta la locura doméstica de Gilman. Todos estos relatos sugieren que bajo lo cotidiano late algo inexplicable, y que el esfuerzo por nombrarlo solo conduce a la locura por su incomprensión absoluta.

El Rey de Amarillo, al final, no es tanto un personaje como una presencia. Lo que lo hace aterrador no es lo que sabemos de él, sino lo que no podemos saber. Su misterio lo vuelve inaccesible, siempre en transformación. Y esa es quizá la clave de su fascinación. En un mundo que ansía certezas, el Rey nos recuerda que hay realidades que solo podemos rozar al borde de la locura.

Es por todo ello que la antología EL REY DE AMARILLO es más que una colección de relatos. Se trata de un itinerario por los símbolos que han dado forma al horror moderno y, por tanto, imprescindible tanto por su legado como por la calidad de las historias que componen la obra. Aúna la oscuridad poética de Poe y Baudelaire, la parábola visionaria de Bierce, el feminismo inquietante de Gilman, la imaginería decadentista de Schwob, el delirio onírico de Dunsany y, por supuesto, el núcleo incandescente de Chambers.

Gracias a este recorrido, el lector puede vislumbrar el poder de un mito que nunca se deja atrapar del todo. EL REY DE AMARILLO sigue siendo una máscara imposible de levantar: su presencia, asociada al signo prohibido y a los reflejos dorados de lo desconocido, garantiza la enajenación de todo aquel que ose mirarlo de frente.

 

NOTA FINAL: 5/5

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