La película fue estrenada el pasado miércoles 9 de julio de 2025.


Elio es la historia de un niño de 11 años con una imaginación desbordante y una enorme obsesión por los extraterrestres, que lucha por encajar hasta que de repente es transportado al espacio y es identificado por error como el embajador galáctico de la Tierra.
Sin ser una de las joyas más pulidas del estudio, logra transmitir al espectador esa calidez inherente a las tradicionales producciones de Pixar.
La película establece su base emocional con claridad y firmeza, como si supiera que no tiene tiempo que perder. Y, en efecto, lo que propone no es una excepción dentro del universo Pixar, sino la consolidación de una fórmula que el estudio ha pulido durante años: tocar el corazón del espectador sin necesidad de excesos melodramáticos, aunque en esta ocasión con ciertos matices.
Es una cinta que conmueve, que provoca sonrisas y, en ocasiones, lágrimas. Pero también es cierto que sufre de cierta inconsistencia narrativa y de una estructura que parece haber sido modificada sobre la marcha. Las señales están ahí: desde los cambios en la fecha de estreno hasta diferencias notables entre los primeros tráilers y el producto final. Todo indica que el desarrollo del film fue turbulento, y eso se traslada a la pantalla.
Uno de los mayores desafíos de Elio es su ambición narrativa. La película parece querer contar tres historias distintas bajo un mismo techo, lo cual genera una sensación de desequilibrio. Hay momentos en los que la trama salta de un enfoque a otro con una premura que impide que las ideas maduren. El resultado es una cinta que funciona, sí, pero a bandazos. Como si el guion hubiera sido obligado a encajar piezas que, aunque entrañables por separado, no siempre conviven en armonía.
En este sentido, Elio renuncia en parte a la osadía emocional que caracterizó a Pixar en su época dorada. Temas profundos como el duelo, la identidad o la pertenencia están presentes, pero tratados con una cautela inusitada. No se escarba en el dolor como lo hacían Up o Inside Out; aquí se toca, se reconoce… y se pasa página.
Sin embargo, donde Elio brilla con más autenticidad es en la relación entre su protagonista humano y Glordon, un alienígena tan entrañable como peculiar. Ambos personajes arrastran vacíos emocionales que no han logrado verbalizar, y encuentran en su conexión una vía para empezar a reconstruirse. Es en estos momentos íntimos, alejados del espectáculo cósmico, donde la película alcanza su punto más alto.
Elio es un niño sensible, imaginativo, marcado por la soledad y la incomodidad de no encajar. Su aventura intergaláctica es, en realidad, una excusa para narrar un viaje interno: el de aceptarse a sí mismo sin pedir permiso, sin buscar aprobación externa. Glordon, por su parte, representa un espejo inesperado de ese viaje, aportando una capa emocional que enriquece la propuesta.
Como era de esperar de Pixar, el apartado visual está cuidado con esmero. Los escenarios espaciales son vibrantes, llenos de color y detalles que merecen ser contemplados en pantalla grande. La dirección artística no decepciona, aunque quizá no alcance el nivel innovador de Soul o Wall·E. Por momentos, se percibe más como un trabajo funcional que como una apuesta realmente audaz.
El humor, aunque presente, no termina de destacar. Hay momentos ingeniosos, como el del clon de Elio cortándose el dedo, que arrancan carcajadas sinceras, pero el conjunto no tiene la chispa de otros clásicos del estudio. El tono general que se transmite es mucho más ligero y más familiar.
Lo más discutible de Elio es su falta de riesgo. Es una historia entrañable, pero también demasiado contenida. Pixar parece haber optado por lo seguro, priorizando la accesibilidad y la emotividad suave por encima de la complejidad emocional. Es como si el estudio temiera incomodar o desafiar al público con reflexiones profundas, y eso le resta impacto.

No hay grandes pausas ni escenas de relleno, lo cual se agradece. La narrativa fluye con ritmo y ligereza, ideal para mantener la atención del público infantil. Pero también da la sensación de que, al evitar los silencios y los conflictos más crudos, se sacrifica parte de la resonancia emocional que podía haber alcanzado.
A pesar de sus debilidades, Elio logra transmitir un mensaje poderoso y muy actual: la importancia de ser auténtico en un mundo que constantemente nos empuja a encajar. En tiempos donde muchos niños y jóvenes se sienten marginados, invisibles o “bichos raros”, este film ofrece un pequeño refugio lleno de ternura y esperanza. No intenta dar respuestas, pero sí plantea preguntas valiosas sobre la identidad, la pertenencia y la necesidad de ser queridos por lo que somos.
Los guiños cinéfilos a Terminator o E.T. aportan un toque nostálgico encantador, y su banda sonora, compuesta por Rob Simonsen, añade la dosis exacta de emoción sin empalagar. La relación entre Elio y su tía es otro de los pilares emocionales que sostiene el film con sobria elegancia.
Tristemente, Elio está pasando casi desapercibida. En un panorama saturado por secuelas y reboots, esta propuesta original ha sido ignorada por buena parte del público. Una paradoja que refleja una contradicción del mercado actual: se clama por nuevas historias, pero se premia lo conocido.
Y es una lástima, porque Elio tiene corazón, tiene ideas y tiene valor. Su propuesta es sólida, honesta y profundamente humana. Es una película que merece ser vista en cine, compartida en familia, y celebrada por lo que representa: una apuesta por el cine original en tiempos donde eso se ha vuelto una rareza.
Elio no revolucionará el cine de animación ni será recordada como el punto más alto de Pixar. Pero sí representa todo lo que el estudio sabe hacer bien: contar historias con alma, sin cinismo, con personajes vulnerables y mensajes que resuenan más allá de la pantalla. Es imperfecta, sí. Pero también entrañable, divertida y conmovedora. Y, en un mundo que cada vez necesita más películas que abracen a los diferentes, eso no es poca cosa.
Para un adulto como el que suscribe estas líneas, amante del espacio y de los documentales de Carl Sagan, lo mejor, además de la trama, son las narraciones del prolífico divulgador y la historia de los discos de oro de la sonda Voyager. Increíblemente maravilloso.
