Resumen por capítulos del libro DESPUÉS DE LA CAÍDA de Tobi Ogundiran, primera entrega de la bilogía GUARDIANA DE LOS DIOSES que ha publicado Duermevela Ediciones | ¡Completado!

Tiempo de lectura: 16 minutos

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Capítulo 01:

Ashâke, una joven acólita frustrada por no haber sido elegida como sacerdotisa, se interna sola en una antigua arboleda sagrada. Guiada por la desesperación y un tomo robado, intenta un ritual prohibido para invocar y encadenar a Eshu, el orisha mensajero. Cree que así obtendrá respuestas sobre por qué los orishas la han rechazado.

Prepara cuidadosamente una efigie de arcilla y realiza el ritual, ofreciéndole incienso y su propia sangre. Sin embargo, algo sale mal: la estatua se rompe y se incendia con un fuego antinatural. Ashâke es testigo de visiones aterradoras: sombras en llamas que pronuncian su nombre y manos que intentan atraparla.

Aterrorizada, comprende que ha cometido un grave error al tratar de someter a un orisha. Huyendo, cae por una ladera y se golpea la cabeza, perdiendo el conocimiento mientras la oscuridad la envuelve.

Capítulo 02:

Ashâke se despierta malherida en la choza del curandero Ba Fatai, tras su fallido intento de invocar y vincular a un orisha. Tiene un fuerte dolor de cabeza y no recuerda del todo lo sucedido. Ba Fatai, con su carácter sarcástico pero compasivo, le ofrece cuidados y algo de alivio para el dolor. Le recrimina su temeridad y le dice que fue él quien la encontró en la arboleda sagrada, un lugar prohibido, donde no debería haber hojas de luna, lo cual sugiere que fue guiado allí por algo más que la casualidad.

Antes del amanecer, los sacerdotes del templo llegan buscando a Ashâke. La sacerdotisa Essie, severa y autoritaria, exige llevarla ante el consejo. Ba Fatai intenta protegerla, alegando que su estado de salud es delicado, pero se ve obligado a ceder cuando Essie menciona a la Suma Sacerdotisa.

Ashâke es conducida al Gran Auditorio, donde se enfrenta a un tribunal formado por los sacerdotes de mayor rango, incluida la enigmática Suma Sacerdotisa. Allí, se la acusa de múltiples transgresiones graves: profanar la arboleda sagrada, practicar magia prohibida y poner en peligro a todo el templo.

La sacerdotisa Essie propone que sea desterrada y maldecida, por considerarla inútil para los orishas. Desesperada, Ashâke rompe a llorar y suplica clemencia. Explica con honestidad su motivación: lleva cinco estaciones sin ser elegida por los orishas, sintiéndose rechazada e invisible pese a su devoción y esfuerzo. Solo quería respuestas.

Sus palabras generan tensión y división en el consejo. Algunos, como el sacerdote Jegede, se muestran comprensivos, mientras Essie insiste en el castigo ejemplar. El capítulo termina con el consejo aún deliberando sobre su destino, con la sombra de una posible expulsión definitiva del templo.

Interludio 1:

Yaruddin llega en barco a la ciudad de Skaggás, un lugar bullicioso y transformado desde lo que él recordaba antes de “la caída”. Siente el llamado de sus hermanos y hermanas a través de un misterioso pulso interior. En el puerto, un niño callejero llamado Vig se le ofrece como guía y lo conduce a un callejón con la intención de asaltarlo. Yar lo somete con facilidad y, en lugar de matarlo de manera convencional, consume su vida y su esencia espiritual —el ashé—, tomando su cuerpo joven y desechando el del anciano que usaba hasta entonces.

Tras este acto, encuentra a los cómplices de Vig, pero los deja marchar recordando las enseñanzas de su Maestro sobre la misericordia y el equilibrio. Luego, entra en la tienda de cerámica de Vashek, un aliado y seguidor del mismo Maestro. Allí conversan sobre una onda misteriosa que Vashek percibió días atrás: un rastro de sus enemigos, debilitados pero aún ocultos. Vashek le recuerda que su labor no es atacar de frente, sino crear ilusiones y debilitar la fe de los demás, hasta llevarlos hacia su Maestro, Bahl’ul.

El capítulo concluye con Yar, ahora en su nuevo cuerpo, partiendo satisfecho y preparado para continuar con la misión: cazar y servir los designios de su Maestro.

Capítulo 03:

Ashâke cumple un castigo de aislamiento en una despensa oscura bajo el templo, atormentada por ratas, recuerdos y la soledad tras haber fallado en un ritual. La Suma Sacerdotisa le había preguntado qué vio, y ella recordó un salón en llamas y voces que la llamaban, aunque nunca obtuvo respuestas claras. Extraña a su amiga Simbi, ahora sacerdotisa lejos de allí, y se consume en la duda sobre su propio destino.

Durante su encierro recibe la visita de Ba Fatai, el curandero del templo, quien atiende la herida de su mano. Entre burlas y sinceridad, Ashâke lo confronta y descubre su secreto: bajo el parche que cubre su ojo izquierdo posee el Ojo Blanco, signo de los sacerdotes de adivinación, elegidos raramente por Orunmila. Fatai admite haber renunciado a ese don, pues ver el futuro no es una bendición, sino una carga que lleva a la locura, como ocurrió a su maestro.

Ashâke, ansiosa por saber si algún día los orishas la elegirán, le suplica que mire su destino, pero Ba Fatai se niega con dureza. Según él, los orishas siguen sus propios designios y no hay nada que ella «merezca». Tras un tenso intercambio, él la deja atrás, sangrando y sola en la oscuridad, hundida en la incertidumbre.

Capítulo 04:

Tras días esperando a Ba Fatai, Ashâke reabre su herida para forzar su regreso, pero en su lugar aparece su kutu, que le transmite un mensaje en su voz: no pertenece al templo, no hay nada allí para ella. Desesperada, Ashâke suplica una señal de los orishas, pero el silencio confirma su rechazo. Entre lágrimas e ira, maldice a los dioses y destruye su tablero de adivinación, sintiéndose traicionada y marginada.

Decidida a no soportar más humillación, sigue al kutu hasta descubrir un pasaje oculto que la lleva a las cocinas y, finalmente, fuera de la despensa. Con una mezcla de furia y determinación, se abre paso por los corredores, ignorando las órdenes de la sacerdotisa Essie e incluso amenazándola con violencia. Ya sin fe en los orishas ni respeto por la jerarquía del templo, Ashâke se dirige al exterior, convencida de que su destino está lejos de aquel lugar.

El capítulo cierra con su partida: al llegar a las puertas, rechaza el camino hacia la arboleda sagrada y toma el sendero hacia el bosque, hacia el mundo y hacia su libertad.

Interludio 2:

El capítulo narra el final del viaje de Ba Fatai, un hombre que posee el Ojo Blanco, una habilidad para ver el futuro. Se encuentra en un claro, junto a una cascada, el lugar donde, según sus visiones, morirá. A pesar de haber sabido esto por mucho tiempo, siente miedo. Ba Fatai se considera maldito por su habilidad, ya que las visiones, a pesar de que intentó suprimirlas, le revelaron su propia muerte.

Para enfrentarse a su destino, Ba Fatai se quita los talismanes que han contenido sus visiones durante años, clavándose el cuchillo para liberarlas. El dolor es inmenso, y al abrirse su Ojo, una marea de visiones lo abruma. Ve a una figura imponente, el «Maestro», y a una mujer, cuyas acciones parecen partir el mundo en dos. La lucha entre ellos parece ser el evento central del futuro.

Cuando las visiones terminan, Ba Fatai se da cuenta de que un chico está sentado en una roca, observándolo. El joven, que no tiene ojos humanos, revela que es una manifestación del «Maestro». Le exige a Ba Fatai que lo lleve a su templo, amenazándolo con poseer su cuerpo y su mente si se niega.

En ese momento, el kutu, el pájaro de Ba Fatai, a quien había ordenado que se quedara en el templo, aparece y ataca al chico. El pájaro consigue dañarle los ojos, pero el chico lo mata de un chasquido. Inmediatamente, el chico cae inmóvil.

Sin embargo, en lugar de estar muerto, un humo oscuro sale de su cuerpo e invade el de Ba Fatai. La entidad trata de poseerlo, y Ba Fatai lucha desesperadamente. Comprende entonces su visión final: debe sacrificarse para proteger a los demás. Para evitar ser poseído y que la entidad use su cuerpo para encontrar el templo, Ba Fatai se clava su propio cuchillo en el corazón, poniendo fin a su vida.

Capítulo 05:

Este capítulo se centra en el personaje de Ashâke, quien ha abandonado su hogar en el templo tras ser rechazada por los orishas. Llena de rabia y una nueva sensación de libertad, se aventura en un bosque sin un rumbo claro.

Inicialmente, Ashâke se siente eufórica por su independencia, gritando «¡SOY LIBRE!». Sin embargo, pronto se da cuenta de que no sabe cómo salir del bosque y comienza a preocuparse por su supervivencia. Su desesperación la lleva a caminar hacia el oeste, con la esperanza de encontrar la civilización.

Su suerte cambia cuando encuentra un río. Hambrienta y sedienta, bebe y se refresca, sintiendo una conexión con la naturaleza. Mientras flota en el agua, escucha voces y, por miedo a ser atacada por bandidos, se esconde en un árbol. Desde allí, observa a un grupo de personas. Se da cuenta de que lo que pensó que eran gritos de terror son en realidad gritos de alegría de unos niños que juegan con un hombre llamado Djola. Descubre que son un grupo de griots, conocidos como la «memoria del mundo», que viajan en barcos.

Ashâke, sintiéndose curiosa y atraída por la comunidad, los sigue de cerca, manteniéndose oculta. A pesar de su hambre, no se atreve a unirse a ellos. Por la noche, mientras se esconde, Djola la encuentra. Él ya la había visto antes, pero regresó para asegurarse de que no era una amenaza. Ashâke, a la defensiva, saca un cuchillo de pan, lo que provoca la burla de Djola. Él la invita a unirse a su campamento para comer y descansar, pero Ashâke, a pesar de su necesidad, se niega, excusándose en que sus «amigos» se preocuparían.

Djola acepta su decisión y se va, no sin antes mostrarle que sabía que ella no tenía amigos y que la había visto sola. El capítulo termina con Ashâke, aún recelosa y sola, observando el campamento, dejando abierta la posibilidad de que se una a ellos en el futuro.

Capítulo 06: 

El capítulo continúa la historia de Ashâke, quien, tras pasar la noche al raso, es encontrada por Mamá Agba, la matriarca del campamento griot. Mamá Agba, junto a su sobrino Djola, la regaña por haber dormido a la intemperie, mostrando una genuina preocupación. A pesar de la resistencia inicial de Ashâke y de su vergüenza por su apariencia, Mamá Agba la acoge con calidez, la lleva a un barco, le da ropa limpia y comida, y la cuida, vendando su mano herida. Ashâke se siente abrumada por la bondad y se permite llorar, sintiendo una sensación de pertenencia que nunca experimentó en el templo.

A lo largo del día, Ashâke se integra poco a poco en la comunidad. Juega con los niños, habla con un anciano griot que le cuenta la historia de la tribu, y se da cuenta de que la tribu acoge a los marginados y a los perdidos. Durante la cena, Ashâke ríe y se siente completamente a gusto con los griots, olvidando sus problemas con el templo y los orishas. Por primera vez, siente que su futuro no está en el templo, sino con esta nueva familia.

Sin embargo, la tranquilidad se rompe cuando se topa con un chico mientras se aleja del campamento para orinar. El chico, que la ha estado espiando, le pregunta sobre la ubicación de su templo, demostrando un interés inusual. Djola interviene, ahuyentando al chico con un coscorrón. Ashâke, sorprendida por la reacción de Djola y su forma de actuar, lo compara con su propia tendencia a espiar. Se burla de él, acusándolo de ser un «espía», lo que provoca que Djola se ofenda y que Ashâke se ría, consolidando una relación de camaradería y confianza entre ellos.

Capítulo 07:

En este capítulo, la vida de Ashâke da un giro dramático cuando Mamá Agba y los griots le revelan una verdad impactante: los orishas están muertos. Ashâke inicialmente se niega a creerlo, aferrándose a la fe que la ha guiado toda su vida en el templo. Sin embargo, su propia lógica la confronta con la verdad: si los orishas estuvieran vivos, ella habría logrado comunicarse con ellos. Se da cuenta de que los sacerdotes del templo le han mentido durante toda su vida, un hecho que la enfurece y la hace sentir «estúpida».

Los griots, liderados por el patriarca Jaha, se compadecen de ella y deciden cantarle una «Canción», una forma de narrativa oral y musical para transmitir la historia de La caída de los orishas. A través de esta experiencia mágica, Ashâke presencia la historia. La Canción narra cómo los orishas construyeron una torre para conectar su reino, Orun, con el de los humanos, Ayé. Pero en un cónclave, un hombre llamado Bahl’ul, líder de una secta de «asesinos de dioses», apuñaló y mató a Olodumare, el padre de los orishas.

El asesinato desató el caos. Los seguidores de Bahl’ul mataron a la mayoría de los orishas. Solo Shangó, el orisha del fuego, se salvó, pero en su furia, destruyó Orun y, al caer la torre, fragmentó el continente, creando los Diez Reinos.

Conmocionada por esta revelación, Ashâke se siente perdida. Mamá Agba la consuela y le explica que los griots acogen a quienes, como ella, han sido abandonados por la sociedad. Le dice que ahora es libre de vivir su vida y tomar sus propias decisiones. La matriarca le revela que, a pesar de que algunos griots se han encontrado con sacerdotes, la razón de la muerte de los orishas y el poder de Bahl’ul siguen siendo un misterio.

El capítulo concluye con Ashâke, aun procesando la verdad, sentada sola. La tribu griot se prepara para partir hacia Inysha al día siguiente, lo que sugiere que el viaje de Ashâke con ellos recién comienza.

Capítulo 08:

En este capítulo, Ashâke descubre la verdad sobre su destino y su lugar en el mundo. En la «hora del chacal», encuentra a Djola, el griot, inconsciente. Poco después, la Suma Sacerdotisa Iyalawo se le aparece, revelando que ella fue quien durmió a los vigilantes. Iyalawo le dice que ha regresado para llevarla de vuelta al templo.

Ashâke, que ahora conoce la versión de los griots sobre la muerte de los orishas, se niega a ir. Iyalawo insiste, pero Ashâke la confronta con la verdad que ha aprendido. La sacerdotisa, sin embargo, no la contradice, sino que usa su magia para someterla y la arrastra a una cueva para hablar a solas.

En la cueva, Iyalawo revela una «media verdad»: los orishas no están todos muertos, sino que muchos sobrevivieron y escaparon a Ayé, el mundo humano. Aclara que la historia de la caída es correcta en su mayoría, pero que algunos orishas lograron sobrevivir. Para protegerse de los asesinos de dioses, que se han infiltrado en todos los estratos sociales, los orishas crearon un Guardián, un ser humano con su esencia. Iyalawo se quita la máscara y revela un rostro horriblemente quemado, explicando que sus heridas fueron causadas por el Fuego de Shangó durante la caída. Esto prueba que ella estuvo allí, hace más de 400 años. Ella es el Guardián.

Sin embargo, a pesar de que la historia de la Suma Sacerdotisa parece convincente, Ashâke se niega a creerla. Sigue sospechando que es una mentira para manipularla. Le pregunta por qué no puede oír a los orishas, y Iyalawo le dice que su incapacidad para oírlos no es porque no sea sacerdotisa, sino porque ella misma es el Guardián. La Suma Sacerdotisa revela que Ashâke fue retenida para protegerla, porque los asesinos de dioses la buscan. Iyalawo le sopla en la cara y Ashâke siente una explosión de energía. Aparecen glifos antiguos en su piel, y de repente, su mente se llena de visiones. Ashâke es, en realidad, los orishas.

Interludio 3:

Este capítulo, una visión dentro de la mente de Ashâke, se ubica cuatrocientas estaciones en el pasado, durante la «Caída de los orishas», y se centra en Rombi, una devota de la orisha Yemoja. Rombi, gravemente herida, se despierta en un lugar desconocido y descubre que ha sobrevivido, al igual que Yemoja, quien la está ayudando a dar a luz a su bebé.

El plan de los orishas

Rombi está en estado de shock, pero Yemoja la calma y le revela la verdad: muchos orishas están muertos, incluyendo a Olodumare, su líder. Los que sobrevivieron, como ella, están en un estado de hibernación para recuperar fuerzas. Explica que la fe de sus devotos es su única fuente de energía y que los asesinos de dioses se están infiltrando en la sociedad para destruir esa fe y, por ende, a los orishas.

Yemoja le confiesa a Rombi que la salvaron con un propósito: usar un idan, un portador humano, para almacenar su esencia divina mientras se recuperan. Rombi se ofrece a sí misma, pero Yemoja la rechaza, argumentando que necesita un portador con ashé puro y una mente virgen. Sus ojos se fijan en el recién nacido de Rombi.

El nacimiento de Ashâke

Rombi, horrorizada, se niega a que su hija sea el recipiente. Argumenta que la niña sería perseguida y estaría en peligro constante. Sin embargo, Yemoja le recuerda a Rombi que su vida le pertenece por completo, una promesa que Rombi hizo hace mucho tiempo cuando la orisha la salvó de la muerte. Sin otra opción, Rombi cede y entrega a su hija.

Yemoja toma a la bebé y graba en su piel glifos antiguos, el lenguaje de la vinculación, que comienzan a brillar. Le pide a Rombi que le ponga un nombre. Rombi la nombra Ashâke, que significa «Elegida de los orishas». Yemoja, en agradecimiento por su sacrificio y devoción, nombra a Rombi Iyalawo, la Suma Sacerdotisa, Madre de los Misterios, sellando su destino como la protectora del Guardián y su destino de vivir para siempre, lo que revela por fin la identidad de Iyalawo, la Suma Sacerdotisa del templo.

Capítulo 09:

En este capítulo, la historia de Ashâke se revela por completo y se enfrenta a una nueva amenaza.

La revelación de la madre

Al comienzo, Ashâke se siente confundida por lo que ha aprendido. Su mente se inunda de nuevos recuerdos y sensaciones, sintiendo la presencia de los orishas dentro de ella. Iyalawo, la Suma Sacerdotisa, rompe en llanto y se disculpa. Le confiesa que en realidad es su madre, Rombi. Ella la mantuvo en un estado de «vida detenida» durante 400 estaciones para contener a los orishas, ya que no estaba lista para la carga de ser la Guardiana.

Iyalawo revela que mantuvo a Ashâke en el templo y se puso una máscara, no por las cicatrices de Shangó, sino para ocultar su parecido con su hija y protegerla. Ella esperaba que la fe de los devotos de los orishas se recuperara lo suficiente como para que Ashâke no tuviera que ser la Guardiana. Con esta revelación, Ashâke se siente abrumada, pero en lugar de rabia, siente una conexión profunda. Por primera vez en su vida, siente el amor y el apoyo que siempre había anhelado.

El encuentro con el asesino de dioses

Su momento de paz se rompe cuando Yaruddin, un joven que resulta ser un asesino de dioses, aparece en la entrada de la cueva. A pesar de su apariencia, Yaruddin revela que es un sirviente del Gran Maestro Bahl’ul y que ha venido a recuperar a la Guardiana. Iyalawo despliega un escudo de protección alrededor de la cueva para proteger a Ashâke.

Yaruddin ataca el escudo con una cimitarra hecha de niebla, y Iyalawo le explica a Ashâke que el escudo no durará, por lo que le ordena que corra hacia el templo, un lugar a prueba de asesinos. Ella planea ganar tiempo y luchar contra Yaruddin. Ashâke, aterrorizada, le ruega que no se enfrente a él, pero Iyalawo le asegura que está lista, ya que se ha preparado para este momento durante 400 estaciones.

La pérdida y la fuga

Antes de que la batalla comience, una lanza atraviesa a Yaruddin. La lanza fue lanzada por Djola, quien aparece herido. Sin embargo, una niebla oscura emerge del cuerpo de Yaruddin y entra en el cuerpo de Djola, poseyéndolo. Ashâke se da cuenta con horror de que los asesinos de dioses no son simplemente mortales, sino que pueden tomar el cuerpo de otras personas.

Mientras Ashâke huye, llega al campamento de los griots y encuentra una escena devastadora: los barcos en llamas, las tiendas destruidas y, lo más doloroso, los cuerpos de muchos de sus amigos, incluida Mamá Agba. Baale Jaha, el Griot Mayor, acusa a Ashâke de ser la causa de la tragedia, ya que los asesinos de dioses la buscaban a ella.

El último acto de fe

Mientras Ralia, la niña que Ashâke prometió proteger, llora por su padre, Baale Jaha comienza a cantar una Canción de duelo. Los demás griots, aún vivos, se unen a él. La Canción los transporta a un Recuerdo de una estampida, una distracción perfecta para que Ashâke y Ralia puedan escapar de los asesinos de dioses que las rodean en el campamento. El capítulo termina con Baale Jaha y Ralia sacrificándose para darle a Ashâke la oportunidad de vivir, instándola a «vivir mil vidas».

Capítulo 10:

En este capítulo, Ashâke se enfrenta a la verdad de su destino y abraza su poder como Guardiana de los orishas.

Ashâke y los niños supervivientes logran escapar del Recuerdo de los griots y vuelven a la ribera. La situación es crítica: los griots Cantantes están cayendo uno a uno, calcificándose en estatuas de piedra, y los asesinos de dioses se acercan al único barco que queda. Un superviviente sugiere que usen el barco para llegar a los rápidos y escapar. Ashâke, a pesar de sus dudas y del peligro, acepta el plan como la única opción para salvar a los niños.

Sin embargo, el barco no avanza porque no hay viento. Los asesinos de dioses, liderados por el poseído Djola, se acercan por el río. Desesperada, Ashâke le ruega a los orishas dentro de ella que la ayuden, pero no recibe respuesta. La frustración la lleva a un estado de pánico.

El viaje interior

De repente, Ashâke es transportada a un salón, un espacio mental. Allí se encuentra con una réplica de sí misma, que la guía hacia un disco de latón. Ashâke comprende que está en una parte de su mente, que el disco es un portal y que la réplica es una manifestación de su yo interior o su ashé. La réplica le explica que es el momento de liberar a los orishas. Ashâke toca la hendidura en forma de mano en el disco, se ofrece a sí misma como portadora y el disco se abre, liberando una luz dorada y un poder inmenso.

Ashâke regresa al barco, renovada y sintiéndose como un vasto recipiente. Siente la energía de los orishas fluir a través de ella, dándole un conocimiento total del mundo. Llama al viento, y la orisha de las tormentas, Oyá, responde. Una violenta tormenta azota el valle, consumiendo a los asesinos de dioses y el resto de la destrucción. Sin embargo, el poder de la tormenta amenaza con destruir también el barco.

Ashâke se da cuenta de que no puede controlar el poder sola. La carga es demasiado pesada. Pero en ese momento, una canción familiar resuena en su mente, y siente dos manos que la sujetan. Yemoja y Oyá, las orishas del mar y las tormentas respectivamente, se manifiestan. Juntas, las tres (Ashâke y los dos orishas) dirigen la tormenta, creando una burbuja segura alrededor del barco para que los supervivientes puedan escapar hacia el mar. La tormenta, antes caótica, se convierte en un arma controlada por la voluntad de Ashâke y los orishas que ahora la acompañan.

Capítulo 11:

La despedida de Ashâke

El capítulo comienza con Ashâke observando a Ralia dormir. Han pasado tres días desde que llegaron a Inysha, una ciudad ruidosa y viva, un lugar muy diferente al que Ashâke está acostumbrada. Desde que se convirtió en la Guardiana, ha estado en contacto constante con los orishas que habitan en su interior. Ahora, puede escucharlos y sentir su presencia a voluntad.

Ashâke se encuentra en una casa junto a los otros niños huérfanos del clan, que duermen en el suelo. Se siente extrañamente cómoda en ese lugar lleno de verdad y esperanza. Le da un beso de despedida a Ralia y sale de la habitación para encontrarse con Ireti, la hermana menor de la fallecida Mamá Agba y esposa de un ebanista.

Ashâke le confirma a Ireti que se va, pero la mujer no intenta detenerla. Ireti, quien también es una griot, le asegura que cuidará de los niños, incluyendo a Ralia, y que entiende que Ashâke debe partir. Ashâke se disculpa, temiendo que Ralia la odie por dejarla, pero Ireti la consuela, diciéndole que los niños tienen una gran capacidad de perdón.

El nuevo rol de los griots

Ireti le pide a Ashâke que le diga a los orishas que ella, y el resto de los clanes, difundirán la historia de lo que ocurrió: que los griots hicieron un sacrificio para salvar a la Guardiana, y que los orishas siguen vivos. La mujer ha pasado los últimos días interrogando a los niños, capturando todos los detalles para poder cantar el Recuerdo de los eventos. Ashâke se da cuenta de la importancia de esto: la lucha de los sacerdotes por la fe de la gente ahora tendrá el apoyo de los griots, quienes viajarán y contarán la verdad.

El capítulo termina con Ashâke despidiéndose de Ireti. Se adentra en la noche, con un camino incierto por delante, pero con la certeza de que ya no está sola y que los orishas la acompañarán. Su viaje continuará, pero esta vez con un propósito y una dirección clara.

Epílogo:

La aparición del Maestro

El capítulo se centra en el Maestro, una figura enigmática que se encuentra de rodillas en la oscuridad. No está durmiendo ni meditando, sino que está observando un pequeño estanque frente a él. Al revolver el agua con la mano, el estanque se transforma en una ventana que le permite ver el mundo exterior.

Una visión de destrucción

A través del estanque, el Maestro observa una escena de devastación: un río lleno de escombros, la orilla plagada de cadáveres calcificados y los restos de barcos quemados. Reconoce que esta destrucción fue causada por los seguidores, los cuales se han alejado de sus enseñanzas originales. Él lamenta el derroche y la violencia sin sentido, sintiendo que sus «hijos» han corrompido sus edictos.

El Maestro reflexiona sobre la Caída de los orishas, un evento que él mismo orquestó al hundir su espada en el Padre Supremo, Olodumare, liberando a la humanidad del «yugo» de los dioses.

El regreso del poder

A pesar del fracaso de sus seguidores para capturar a la Guardiana, el Maestro no se preocupa. Declara que ha estado ausente por demasiado tiempo, pero que ahora ha regresado. Concluye que si quiere que algo se haga bien, debe hacerlo él mismo. Finalmente, se levanta y entra en el mundo, listo para actuar directamente. Este capítulo marca la entrada del Gran Maestro Bahl’ul en la historia, una amenaza mucho más formidable que sus seguidores.

 

 

 

 

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