Reseña de LA CINTA DUNCAN de Todd Keisling y publicada por La Biblioteca De Carfax (2024) | «Una oscura y perturbadora mezcla de leyenda urbana, adolescencia y desesperación.»

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En los años noventa, tres adolescentes tropiezan con un vídeo prohibido que desata una cadena de horrores y fantasmas tan reales como sus propias culpas.

Reseña de LA CINTA DUNCAN de Todd Keisling y publicada por La Biblioteca De Carfax (2024)

Todd Keisling nos entrega en LA CINTA DUNCAN una obra breve pero intensamente oscura, un relato que mezcla el terror sobrenatural con el retrato descarnado de la depresión, el suicidio y el peso de la transición de la adolescencia a la adultez. Con apenas un centenar de páginas, esta novela lograquedarse en la memoria del lector como una experiencia inquietante y difícil de olvidar.

La historia parte de una premisa aparentemente simple: un grupo de adolescentes, en la segunda mitad de los años 90, intenta descargar un vídeo pornográfico a través de la lenta y rudimentaria conexión por módem de la época. En lugar de la grabación esperada, reciben un archivo que contiene algo muy distinto: una filmación real del suicidio de un político durante una conferencia de prensa. Este suceso, lejos de ser una mera anécdota macabra, se convierte en el detonante de una cadena de consecuencias que los acompañará durante toda su vida.

La cinta que visualizan no solo les deja una huella emocional, sino que parece traer consigo una presencia inquietante. El rostro ensangrentado del político comienza a aparecerles en los lugares más insospechados: sobre las caras de sus seres queridos, en la pantalla del televisor, reflejado en el cristal de una ventana. Esta invasión de lo imposible altera la percepción de los protagonistas, los arrastra a un estado de miedo constante y, poco a poco, a pensamientos autodestructivos.

Aunque LA CINTA DUNCAN es, en apariencia, un relato de fantasmas o de “cinta maldita” al estilo de la película THE RING, Keisling tiene la capacidad de subvertir las expectativas. Aquí no se trata de una maldición que se propaga indiscriminadamente como un virus, sino de una exploración más íntima y psicológica: los personajes ya están emocionalmente frágiles antes de toparse con el vídeo, y la presencia sobrenatural actúa más como catalizador de su derrumbe que como causa primaria. Es un enfoque que desplaza el interés del susto inmediato hacia un terror más persistente, enraizado en las inseguridades y la desesperanza propias de la adolescencia.

Uno de los grandes aciertos de la novela es su ambientación. Keisling captura con precisión la atmósfera cultural de finales de los 90: las interminables horas de descarga por módem de 56K, las salas de chat rudimentarias, la fascinación por la tecnología emergente y, al mismo tiempo, el desconocimiento de los peligros que acechaban en sus rincones más turbios. Los lectores que vivieron esa época encontrarán en estas páginas un retrato fiel, salpicado de referencias a la cultura pop y a las dinámicas sociales de entonces. Pero esta nostalgia no es complaciente: el autor la usa para contraponer la aparente inocencia tecnológica de aquellos años con la crudeza de los temas que aborda.

El libro alterna entre diferentes líneas temporales y perspectivas, permitiendo que cada personaje tenga su momento de protagonismo. Esta estructura no lineal enriquece la experiencia y le da un matiz de memoria fragmentada, como si el lector estuviera reconstruyendo los hechos a partir de retazos de recuerdos. Keisling aprovecha esta fragmentación para intensificar la tensión: sabemos desde el principio que el camino que recorren los protagonistas no conduce a un lugar seguro, pero no descubrimos la magnitud de las consecuencias hasta que todas las piezas encajan.

En el plano temático, la novela corta se adentra sin rodeos en cuestiones de salud mental. No hay romanticismo ni dulcificación del suicidio: el autor lo presenta con una crudeza que incomoda, pero que evita caer en lo morboso gratuito. La historia incluye incluso una nota inicial que menciona la labor de la línea de prevención del suicidio, dejando claro que el objetivo no es explotar el tema, sino abordarlo con honestidad y respeto. El componente sobrenatural no suaviza el golpe, sino que lo amplifica, subrayando que la verdadera amenaza es el vacío emocional que corroe a los personajes.

La prosa de Keisling es directa y envolvente. Su estilo permite que la tensión se construya sin artificios, alternando momentos de horror explícito con otros de introspección melancólica. La brevedad del libro no impide que el autor desarrolle una ambientación poderosa y personajes creíbles; sin embargo, algunos lectores pueden sentir que la historia podría haber ganado en profundidad con unas cuantas páginas más, especialmente en el desarrollo de ciertos secundarios que desaparecen de escena demasiado pronto.

El núcleo emocional de la novela no reside únicamente en el miedo que produce el vídeo maldito, sino en las relaciones entre los protagonistas y en la manera en que las heridas de la adolescencia persisten en la adultez. La amistad, la culpa y las palabras dichas en un momento de inmadurez pesan tanto como las apariciones espectrales. Keisling nos recuerda que a veces los fantasmas más difíciles de enfrentar no son los que vienen de otro mundo, sino los que creamos nosotros mismos.

En términos de impacto, LA CINTA DUNCAN ofrece varios niveles de lectura. Para quienes busquen un relato de horror efectivo, la novela entrega imágenes perturbadoras y escenas inquietantes que pueden provocar un escalofrío real, incluso en lectores acostumbrados al género. Para quienes prefieran un trasfondo más reflexivo, aquí hay una meditación amarga sobre la juventud, la pérdida de la inocencia y el modo en que la tecnología puede amplificar nuestros miedos y nuestras soledades.

El libro también dialoga, de manera sutil, con la noción de “leyenda urbana” en la era digital. La existencia de la cinta maldita recuerda a esos rumores de vídeos prohibidos que circulaban en foros y chats de la época, piezas de material prohibido que se buscaban con la misma ansiedad que se temían. Esta mezcla de curiosidad y repulsión es uno de los motores narrativos más potentes de la novela, y Keisling lo aprovecha para cuestionar la facilidad con la que el morbo puede empujar a alguien a cruzar líneas irreversibles.

Si bien es cierto que la tensión no siempre alcanza su punto máximo o que el elemento sobrenatural queda en segundo plano frente al drama humano, es muy posible que el libro funcione precisamente por esa elección: la verdadera oscuridad no proviene del fantasma, sino de la desesperación que ya habitaba en los protagonistas.

En definitiva, LA CINTA DUNCAN es una de esas novelas cortas que se leen de un tirón pero se procesan durante mucho más tiempo del que se precisa para su lectura. Es un viaje al lado más oscuro de la adolescencia, envuelto en una atmósfera de horror sobrenatural, pero con el peso añadido de un drama humano que se presenta como muy real. Su fusión de realismo y fantasía macabra, su manejo de la nostalgia noventera y su valentía para abordar la depresión y el suicidio la convierten en una lectura que, aunque incómoda, resulta profundamente memorable.

 

NOTA FINAL: 4/5

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